El Padre Coudrin dirigió a muchas jóvenes que conforman un grupo al interior de la Asociación que se llamó «de las solitarias». Cuando quedó algo más libre de sus cargos pastorales, debido a la situación menos dura para los miembros de la Iglesia tras la muerte de Robespierre (1794), incrementó el tiempo dedicado a hacer progresar el proyecto en gestación de una nueva comunidad.
A mediados de marzo de 1795 tuvo lugar una conversación entre el padre Coudrin y Henriette Aymer, donde pareció formularse por primera vez la decisión práctica de fundar, la resolución de comprar una casa y el comienzo de un tipo de vida religiosa a partir del grupo formado anteriormante, las Solitarias. En agosto el grupo de las solitarias hace "resoluciones" en ese sentido y toman el hábito.
Por otro lado, el padre Coudrin se preocupaba de formar la rama masculina, después de unos primeros intentos sin éxito. En el mismo año compró algunas casas en ruinas de la calle Picpus de París, y se estableció ahí con unos cuantos religiosos. Un colegio para la enseñanza de jóvenes y un seminario comenzaron pronto a funcionar.
En 1799 Coudrin y Enriqueta decidieron acelerar la independencia y libertad de su comunidad para manejarse como un grupo reconocido por la Iglesia. En junio obtuvieron una aprobación diocesana provisional.
En octubre de 1800 hizo los primeros votos Henriette, con cuatro compañeras más. En Nochebuena del 1800 hizo los primeros votos Marie-Joseph junto con los votos perpetuos de Henriette. Este hecho marcó el inicio de la Congregación y Coudrin fue designado superior de la nueva Comunidad.
La Congregación siguió en la más rigurosa clandestinidad durante el período de la dominación napoleónica. Ello no impidió, sin embargo, su desarrollo y crecimiento en miembros y en expansión geográfica. La confianza de los obispos facilitó diversas fundaciones, tanto de la rama masculina como de la femenina. En 1817 fue formalmente aprobada por Pío VII, en 1825 por León XII, y en 1840 por Gregorio XVI, bajo el nombre de "Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María y de la perpetua adoración del Santísimo Sacramento del altar".
El "Buen Padre", como los religiosos usualmente lo llamaban, fue la cabeza de esta Congregación que rápidamente prosperó, a pesar de muchas dificultades que se afrontaron en aquellos tiempos de continuos altibajos político-religiosos, a nivel del conjunto de Francia y en los lugares concretos en donde la nueva comunidad se hacía presente. Pronto se fundaron y abrieron varios seminarios y colegios en diferentes ciudades.
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